Cada día más desconectados

Cada día más desconectados

Cada día más desconectados

Vivimos en una época extraña, donde la tecnología se ha convertido en una herramienta imprescindible para cada una de las actividades que realizamos. De alguna forma nos hemos convertido en una especie de seres cibernéticos, mitad hombre, mitad máquina. Al parecer, los aventurados profetas de la literatura de la ciencia ficción han dado en el clavo. Tal vez no en la forma distópica que ellos imaginaron, pero si en el concepto: la tecnología es ahora una extensión de nuestro ser. No solamente presenciamos extensiones artificiales de nuestro cuerpo orgánico, sino que también nos vislumbramos con la presencia de artefactos que se han convertido en una verdadera prolongación de nuestra vida social.

Uno de ellos son las tecnologías de las comunicaciones, las cuales han cambiado para siempre la forma en la que nos relacionamos con los otros. La distancia ya no es un obstáculo para las relaciones humanas, ya que podemos mantener contacto con personas de latitudes lejanas con un simple clic. Hoy en día existen programas que hacen posible comunicarnos oralmente, e incluso mediante imágenes, a través de nuestras computadoras y teléfonos celulares. Un deslumbramiento imposible de imaginar veinte años atrás. Con las nuevas maravillas de las telecomunicaciones y la aparición de la Internet, una nueva forma de comunicación se extendió de manera masiva: el chat o los mensajes de texto. Si bien el lenguaje escrito es algo que existe desde hace miles de años, la era moderna le otorgó un nuevo rol a dicha expresión del lenguaje. En cierta forma, resulta bastante paradójico que en la era de las comunicaciones intraplanetarias, donde las video-llamadas son cada día más accesibles y eficientes, se haya generalizado una forma de comunicación tan rudimentaria. No obstante, lo cierto es que sucedió: el chat es ahora un medio aceptado y generalizado de comunicación. Se ha convertido en una nueva forma de relacionarnos, para bien o para mal, con sus pros y sus contras.

Al principio solo era un medio que se utilizaba entre computadoras solitarias. Luego, con el apogeo de la Internet, su uso se generalizó y el lenguaje del texto mutó hacia una forma cada vez más compleja, adoptando su propia identidad. Esto nunca antes había sucedido en toda la historia de la humanidad, ya que, hasta ese entonces, el lenguaje escrito como medio de comunicación era usado en cartas y otros medios que aparecieron posteriormente, como lo fue el fax. Sin embargo, ahora es distinto, la dinámica del juego del texto se aceleró y comenzó a tomar una nueva forma mucho más compleja. Al generalizarse su uso, gracias a las redes sociales, fue necesario agregar un nuevo código y significados para darle mayor emocionalidad a los mensajes. Así fue como aparecieron los emoticonos. Éstos aumentaron la gama de interpretaciones posibles y expresiones para así mejorar la expresividad y claridad de un medio ya precario en términos comunicativos.

Finalmente, con los celulares de las nuevas generaciones, su uso se masificó a niveles cotidianos. Ya no solo se lo utilizaba para “hablar” con un primo ubicado en una locación lejana, sino que, a partir de ese momento, comenzó a ser usado también para comunicarse con alguien localizado, a veces, a solo metros de nuestra presencia, y aquí es donde surgió el problema. Somos seres gregarios y la comunicación está en nuestra esencia. Fuimos creados para interactuar con otros. Por eso podemos hablar, escuchar, ver y sentir. Nos comunicamos con palabras, con tonos de voz, con caricias, con golpes, con abrazos, con besos. En lo personal, necesito estar frente al otro para conectar. Si no es posible esto, aunque sea necesito escuchar una voz en tiempo real. El chat siempre me ha generado rechazo. Lo veo como un mal necesario. He aprendido sus mañas para sobrevivir, pero detesto sus designios. Soy consciente que una nueva generación lo utiliza como medio primario de comunicación y que la llamada telefónica puede ser considerada como un tabú mortal o como una invasión al espacio personal. Hoy en día las chicas te dan sus números celulares como si nada. En otra época, aquel número significaba algo, era algo valioso y difícil de obtener. Esto se perdió desde que existe la posibilidad de ignorar o bloquear a alguien. La indiferencia nunca tuvo un uso tan difundido como hoy en día. Y ese es el peor de los males.

La indiferencia es, por definición, lo opuesto a la empatía, a que te importe el otro. Incluso, si odias a alguien, es porque te importa. No es inocente ni es coincidencia que su uso se haya difundido tanto. Con el desarrollo de las redes de telecomunicaciones y las nuevas tecnologías, vivimos cada vez más desconectados de los otros. Se ha vuelto cada vez menos necesario interactuar en persona e incluso mediante una cálida conversación telefónica. Eso nos vuelve seres apáticos. ¿Realmente estamos más conectados o, por el contrario, estamos conectados al vacío? Nos sentimos tan solos que escondemos nuestra miseria pretendiendo que estamos rodeados de amistades y afectos al tener muchos amigos virtuales en nuestras redes sociales. Nos engañamos para sobrevivir. La soledad nos consumiría de no hacerlo.

El lenguaje del texto es un cómplice de esta conexión al vacío y es la que proporciona el contexto para hacer fluir la indiferencia y matar la empatía. El juego del texto nos aleja más de lo que nos conecta, no importa si intercambiamos diez o mil mensajes por día. También nos aleja de la realidad al crear imágenes irreales de aquellos con quienes intercambiamos mensajes. Como no escuchamos un tono de voz y no vemos la expresividad de un rostro, no tenemos otra opción que imaginarlo. Sin embargo, al recrearlo, no podemos dejar de utilizar nuestros juicios y, por ello, terminamos por recrear imágenes y voces que reflejan nuestra visión del mundo. El mensaje ya no es producto del emisor, sino producto del receptor, ya que es él quien determina el significado a partir de las creencias que definen su realidad. Entonces allí aparecen los malos entendidos, que se retroalimentan cada vez que un mensaje es enviado al repetirse el proceso de interpretación autorreferencial.

La comunicación humana ya es bastante compleja debido a la subjetividad individual para que la hagamos aún más complicada con un medio de comunicación precario que, gracias al contexto tecnológico y social, nos aleja más de lo que nos acerca. ¿No sería lindo hablar por teléfono o tener una cálida charla siendo acariciado por los abrasadores rayos de sol de una tarde virtuosa? ¿No sería maravilloso conocerse y conectar? Para eso estamos hechos, mediante la conexión con otros es que nuestra identidad se realiza y damos sentido a nuestra existencia.

Al principio de este escrito mencioné cómo la literatura de la ciencia ficción nos ha traído profecías sobre el porvenir. Muchas de ellas aún no se han cumplido y, por su naturaleza distópica, espero que se trate tan solo de advertencias. Finalizo parafraseando una obra de ciencia ficción que nos advierte sobre los peligros de las tendencias que he descrito. Está en nosotros que tan solo sea una advertencia y no una profecía:

“¿Quién realmente no está solo en esta sociedad que hemos construido? En el momento en el que el contacto con otros ha desaparecido perdemos nuestra identidad. En un mundo cubierto por estándares y medidas, la comunidad ya no es necesaria y el uso de esta palabra es bastardeada una y otra vez al hablar de comunidades virtuales. Precisamente, si son virtuales es porque ya no son reales y, por lo tanto, han dejado de existir. Todos vivimos en nuestra pequeña celda. Todos estamos solos, todos estamos vacíos. Ya no necesitamos a los otros. Con tan solo las puntas de los dedos podemos alcanzar cualquier distracción, cualquier placer, cualquier objeto, cualquier tecnología. Y las relaciones se pueden remplazar con una simple búsqueda y un clic”[1].

[1] Extraído de Psycho Pass (2012).

Adrian Des Champs

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